¿Son las Ciencias Sociales anti-biología? Una respuesta a las perspectivas críticas
Dentro de la vasta cantidad de ideas que circulan en el sentido común de lo que implica el quehacer científico en las ciencias sociales, se suele argumentar que estas últimas proponen un enfoque meramente constructivista de la realidad. Siguiendo esta línea, se plantea que dicho razonamiento es peligroso sobre la base anti-científica inherente a disciplinas de este campo. En este sentido, recientemente circuló por medios de comunicación el enojo e indignación de Leonardo Orlando, profesor argentino que supuestamente ha sido censurado en Sciences Po (París) por mostrar su desacuerdo a la “ideología de género”[1]. Dentro de su discurso hay varios aspectos que resaltan y al mismo tiempo sorprenden, dado que es Dr. en Ciencia Política y Relaciones Internacionales. Es decir, no es alguien ajeno a la clase de problemas y metodologías ampliamente utilizadas en las ciencias sociales. Empero, al margen de su extenso razonamiento, cuyo corolario es que las universidades en Occidente han sido cooptadas por el progresismo de izquierda, Orlando representa el papel de un cruzado contra los presupuestos epistemológicos y metodológicos de esta área del saber. Por ejemplo, afirma que esta clase de ciencias “hacen como si la biología no existiera”, o lo que es aún más, “que niegan la biología y la teoría de la evolución”. Ahora bien, ¿es legítimo que se le exija a una ciencia más allá de lo que puede abarcar? En otras palabras, ¿puede y debe trasladarse una lógica metodológica proveniente de las ciencias naturales, considerando los muchos enfoques radicalmente diferentes propios de las ciencias sociales? Si bien puede argüirse que la relevancia de este discurso es menor, y que no constituye más que una manifestación aislada, no debe desestimarse el hecho de que implica un ataque al estatus científico de estas ciencias. Por este motivo, en el presente ensayo pretendo esbozar una defensa del objeto y método de las ciencias sociales, ejemplificado a partir de la teoría sociológica de Max Weber y Pierre Bourdieu. ¿Qué objetos de estudio son propios de estas disciplinas? ¿Cuál es el alcance en las respuestas que pueden proporcionar? ¿Por qué la Sociología entiende muchas estructuras como constructos sociales? Esta clase de preguntas serán abordadas a lo largo del trabajo.
Por un lado, Max Weber resulta una referencia indiscutida para quien en la actualidad se dedique al ámbito académico en las ciencias sociales. Su relevancia no se justifica únicamente por la amplia variedad de temas que abarca su obra, sino porque junto a K. Marx y E. Durkheim constituye uno de los pilares del pensamiento sociológico clásico. Quizá uno de los motivos por los cuales esto es así es que fueron autores que, enfatizando diferentes aspectos, se preguntaron por el vínculo entre el individuo y la sociedad. Si en Marx y en Durkheim la potencia de la estructura social (sea fundamentalmente económica en el primero, o la conciencia colectiva en el segundo) se impone sobremanera al individuo, en Weber es precisamente el individuo quien cobra importancia en el análisis. De esta forma, Weber adopta una postura comprensivista de la acción social: la acción social debe ser entendida e interpretada según el sentido que el actor le dé, esto es, en sus propios términos. Sin embargo, el elemento novedoso de la metodología weberiana no se agota exclusivamente en entender por qué los sujetos actúan de un modo y no de otro; de lo contrario no estaría presente el carácter científico que se espera de los estudios acerca de la sociedad. Es por ello que Weber propone la construcción de tipos ideales como una forma de comparar cuán “desviada” está la acción de un individuo “de un desarrollo de la misma ‘construido’ como puramente racional con arreglo a fines” (Weber, 2014, p. 7). Es decir, dada la complejidad que implica el captar la carga subjetiva que orienta la acción social (categoría central en el planteo weberiano), se crean tipologías que sirven para entender un fragmento de aquella realidad (que nunca termina de ser abordable por completo). Debe notarse, asimismo, que estas investigaciones presentan una diferencia crucial respecto a otros campos de investigación científica. Esta resulta a partir de que sujeto y objeto de estudio coinciden plenamente, siendo el ser humano quien investiga y a la vez quien es investigado. Esta dualidad que le es impropia a la Biología o la Matemática, genera en consecuencia, problemáticas que no están presentes en dichas ciencias[2]. En este sentido, frente a la presencia de actores sociales que simplemente actúan cotidianamente, la tarea del cientista social se torna inevitablemente diferente a la de un biólogo o un matemático. Ya no se trata de establecer leyes generales que se cumplen de manera universal, porque en la práctica se observa que de poder establecer patrones, regularidades, estas no gozan de una causalidad y precisión en términos predictivos. No ha de sorprender que estos autores de la sociología clásica se distancien significativamente del paradigma positivista pregonado por Auguste Comte o Herbert Spencer. Este distanciamiento obedece a reconocer que la función de las ciencias sociales no necesariamente es la de conducir al progreso científico-tecnológico a partir de lo observable, lo medible. En esta línea, pareciera ser que detrás del planteo de Orlando, subyace la idea de que aquello que no es científicamente comprobable según lo dictamina la Biología, es automáticamente anti-científico. En efecto, en una entrevista con el medio Hungarian Conservative, Orlando sostiene que se debe aplicar un enfoque “darwiniano” a las ciencias sociales[3]. Arguye que todos aquellos que aseguran explicar fenómenos sociales, deben superar previamente el “test de Darwin”: según él si una explicación contradice la teoría de la evolución, se convierte en un sinsentido. Lo que Orlando no comenta, por acción u omisión, es que ninguna ciencia social que se pretenda seria y rigurosa, cuestiona la teoría evolutiva de Darwin; esta afirmación es la representación que él hace, cargando de atributos negativos a su “enemigo” conceptual, esto es, la ciencia social anti-biología, anti-Occidente, woke, progresista. No obstante, lo falaz de esta argumentación es que se establece una equivalencia entre la realidad en sí misma y el modelo hipotético-deductivo, tradicional para la investigación de fenómenos en las ciencias naturales. En definitiva, el error descansa en pretender dotar de una “cientificidad” mayor a estas metodologías que establecen lo natural como verdadero/real, desechando automáticamente por “no ser científicas” a otro conjunto de disciplinas (ciencias sociales) que le confieren a lo socialmente construido un papel igualmente importante. Esta antinomia, falsamente esgrimida por Orlando, representa un discurso más amplio que tiende a negar el carácter científico del rol social, y cultural, de muchos aspectos de la realidad cotidiana. Estas perspectivas sociológicas, que si bien Orlando entiende que posibilitan una variedad de “tonterías”, permiten generar un discurso que, a la vez que le concede especial atención a las construcciones sociales, sustenta sus conclusiones por medio del método científico.
Por este motivo, podría tomarse por caso uno de los ejemplos que él brinda, donde supuestamente se niega la Biología afirmando que el género es una construcción social. Este fenómeno característico, según él, de ciencias que se construyeron en un “mundo pre darwiniano y pre mendeliano”, es equivalente en su razonamiento al sostener que la tierra es plana cuando se ha demostrado su esfericidad. Efectivamente, este ejemplo es útil a los fines de representar el discurso anteriormente desarrollado, aquél que pondera la supuesta mayor exactitud de las ciencias exactas sobre las ciencias sociales. Mediante la analogía sobre la forma de la tierra, pretende banalizarse campos del saber que son, en sus dominios, tan científicos como lo son aquellos de los que él se vanagloria. Lo que Orlando omite es que la “cientificidad” o no de una investigación, no alude al contenido concreto, sino a una manera, un procedimiento de obtener resultados y conclusiones. Los escépticos comentarios de él respecto a la construcción social en muchas de las esferas que hacen a la realidad cotidiana, demuestran su desprestigio hacia la forma de pensar propia de las ciencias sociales. El hecho de que haya estructuras sociales que condicionan el margen de acción del individuo, fue ampliamente reconocido por la Sociología desde sus comienzos. Weber sostiene lo siguiente en un pasaje de “Economía y Sociedad”:
Para otros fines de conocimiento puede ser útil o necesario concebir al individuo, por ejemplo, como una asociación de ‘células’, o como un complejo de reacciones bioquímicas… Sin duda alguna se obtienen así conocimientos valiosos (leyes causales). Pero no nos es posible ‘comprender’ el comportamiento de esos elementos que se expresa en leyes. (…) Jamás es éste el camino para una interpretación derivada del sentido mentado. Ahora bien, la captación de la conexión de sentido de la acción es cabalmente el objeto de la sociología… (Weber, 2014, p. 12).
Llevado al caso del género, difícilmente pueda discutirse que en su construcción, también operan elementos que se dan en la interacción con terceros. El reconocimiento del género requiere de otros que lo legitimen como tal, requiere de un discurso más amplio que lo justifique como “normal”, “aceptable”, “sano”. Por ende, la propia constitución de algo tan íntimo como el género, en aquellos casos donde no se corresponde con el sexo, pone en tensión esta lógica que Orlando subraya donde todo puede ser explicado a partir de lo biológico. La extensión en las respuestas que cada disciplina puede proveer son, por supuesto, acotadas y limitadas. Es una exigencia demasiado descabellada la de pretender explicar la realidad únicamente desde lo natural, porque implicaría negar los constreñimientos sociales relativos a qué es ser hombre y mujer. En suma, la desconsideración de lo social se encuentra, precisamente, en que el propio discurso “biológico” de que el género es natural, también circula por la sociedad y constituye un modo/régimen de verdad imbuido en las relaciones sociales (Butler, 2004, pp. 89-90): no viene dado ni divina, ni naturalmente[4]. Lo persuasivo de este discurso es que pretende ser considerado como verdadero, real, objetivo por estar supuestamente fundado en una existencia biológica, omitiendo el elemento social (relaciones de poder, modos de inteligibilidad) de este. Retomando a Weber: la acción social, aquella donde el sentido mentado por el sujeto está referido a la conducta de otros, ocurre cuando este se comporta o no de acuerdo a normas de género “aceptables”, “correctas”. Independientemente de cuál sea el motivo por el cual se obedecen o se niegan los supuestos sociales de lo que implica la masculinidad y la feminidad, lo fundamental reside en reconocer el carácter histórico y social de estos supuestos. En otras palabras, no hay nada en la naturaleza que determine, por ejemplo, cómo ha de comportarse un hombre o una mujer. Aplicado a este caso, la ciencia social sirve para detectar dichos supuestos, para revelar el carácter socialmente construido que poseen y pensar cómo operan sobre la realidad (qué efectos producen).
Por otro lado, el sociólogo francés Pierre Bourdieu puede ser pensado a la luz de la problemática esbozada en el trabajo. Bourdieu propone una perspectiva sociológica que podría denominarse constructivismo estructuralista o estructuralismo constructivista. Para este autor, como ya lo habían demostrado los clásicos años atrás, hay una tensión constitutiva de la disciplina que es aquella entre el individuo y la sociedad. Lo novedoso del planteo de Bourdieu es que a diferencia de Marx, Durkheim y Weber, no define como preeminente ni a uno, ni a la otra: esto es, no hay una sobredimensión ni del elemento social/estructural, como sí lo hacen Marx y Durkheim, ni tampoco del individuo como está presente en Weber. Propone, de esta manera, una lectura matizada y combinada de estos autores. El individuo según él tiene capacidad de agencia, pero bajo un contexto condicionante, que enmarca las condiciones bajo el cual el ejercicio de dicha libertad es posible. Asiste razón cuando sostiene:
Se trata de eludir el realismo de la estructura al cual el objetivismo, (…) conduce necesariamente cuando hipostasia esas relaciones tratándolas como realidades ya constituidas fuera de la historia del individuo y del grupo, sin caer no obstante en el subjetivismo, totalmente incapaz de dar cuenta de la necesidad de lo social… (Bourdieu, 2007, pp. 91-92).
En este sentido, la argumentación de Bourdieu enfatiza la necesidad de evitar explicaciones de lo social como un ente sui generis que se impone al sujeto, a la vez que sostiene que tampoco puede ser explicado desde un subjetivismo que desconsidere la estructuración externa. Bajo esta línea argumentativa, propone la categoría de habitus. El habitus, definido como “sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas para funcionar como estructuras estructurantes”[5], constituye uno de los núcleos esenciales de su teoría. Esta categoría analítica resulta valiosa para una amplia variedad de contextos; es un concepto disposicional. Bourdieu propone el habitus como un término intermedio entre esta disputa por la preponderancia entre el individuo y la sociedad; reconoce que hay reglas que le vienen impuestas desde afuera al sujeto, cuya utilidad es fundamental dentro de los campos, pero no le confiere la rigidez, inamovilidad que Durkheim le confiere al hecho social. Por ende, si bien ese saber-hacer representa un condicionamiento, al mismo tiempo permite la posibilidad del cambio social a partir del propio habitus. De este modo, haciendo una lectura desde Bourdieu de la cuestión del género, el habitus de género no sería más que la interiorización de todos los modos de ser, de vestir, de actuar correspondientes a los hombres y mujeres. Sin embargo, como ya se ha dicho, debe notarse la característica crucial del habitus: es estructurado, dado que es producido por el ser humano, y como tal, es contingente, está histórica y socialmente situado. Evidentemente, esto implica un grave problema para el biologicismo que Orlando expresa, debido a que la noción misma de universalidad es cuestionada. El habitus varía según el contexto, depende del tiempo y lugar donde es concebido. Incluso considerando la importancia de la que Orlando dota a la corporalidad, implica un reduccionismo absurdo el proponer que la materialidad (los cuerpos sexuados) tienen una esencia inherente (género) invariable al contexto social. Esta perspectiva esencialista subestima la evidencia histórica sobre las formas en que ha variado el ser hombre o mujer. Esta cuestión ya ha sido remarcada por Bourdieu et. al en “El oficio de sociólogo”:
La filosofía esencialista, que es la base de la noción de naturaleza, todavía se practica en cierto uso ingenuo de los criterios de análisis como el sexo, la edad, la raza o las aptitudes intelectuales, al considerarse esas características como datos naturales, necesarios y eternos, cuya eficacia podría ser captada independientemente de las condiciones históricas y sociales que los constituyen en su especificidad, por una sociedad dada y en un tiempo determinado (Bourdieu et. al, 2002, p. 35).
Luego continúan afirmando:
De hecho, el concepto de naturaleza humana está presente cada vez que se trasgrede el precepto de Marx que prohíbe eternizar en la naturaleza el producto de la historia, o el precepto de Durkheim que exige que lo social sea explicado por lo social y sólo por lo social. La fórmula de Durkheim conserva todo su valor pero a condición de que exprese no la reivindicación de un ‘objeto real’, efectivamente distinto del de las otras ciencias del hombre, (…) sino la fuerza de la decisión metodológica de no renunciar anticipadamente al derecho de la explicación sociológica o, en otros términos, no recurrir a un principio de explicación tomado de otras ciencias, ya se trate de la biología o de la psicología, en tanto que la eficacia de los métodos de explicación propiamente sociológicos no haya sido completamente agotada (Bourdieu et. al, 2002, pp. 35-36).
Frente a ello, no cabe más que preguntarse: ¿basta con una lectura biológica para explicar la existencia del ser humano? En efecto, no es suficiente, porque la realidad es mucho más compleja y está compuesta de múltiples niveles en los que puede ser analizada. Paradójicamente, el propio Orlando admite en una entrevista que la visión woke que propone la asignación de características inmutables como la raza o el género es falaz, dado que los “individuos somos mucho más que eso”[6]. Si Orlando no puede comprender, o no quiere reconocer esto, será un asunto privado, que poco tiene que ver con el carácter científico de la ciencia social. La injusta deslegitimación y la crítica por la inutilidad de estas ciencias[7], sea producto de la ignorancia o un espíritu malintencionado, no puede pasar desapercibida.
En conclusión, a lo largo del trabajo se ha intentado criticar y refutar la tesis que objeta el carácter científico de las ciencias sociales por su presunta desatención a la Biología, a las ciencias naturales. Dicha postura cobró visibilidad con las opiniones emitidas por Leonardo Orlando, que han servido como insumo para problematizar los aspectos metodológico-epistemológicos de las ciencias sociales, y para ser revisados a la luz de las ideas de Max Weber y Pierre Bourdieu. Como se ha argumentado, el “terraplanismo de género” del que Orlando se muestra disconforme, no es más que una de las formas que tiene la Sociología de dar cuenta del elemento performativo detrás de la idea de hombre y mujer. Una de las tensiones fundamentales que subyace a estas posturas antitéticas es en torno a la existencia de la performatividad del género, si es posible que la propia realidad sea creada socialmente y no provenga, exclusivamente, de la naturaleza. En suma, la Sociología desde sus orígenes ha hecho inmensos aportes para refutar explicaciones de la realidad puramente biologicistas. Puede considerarse el componente biológico (corporalidad), al mismo tiempo que se matiza con el componente social-estructural (relaciones de poder, normas), que es contextual y no universalizable. La realidad misma, dada su complejidad, es susceptible de ser leída e interpretada lo más fielmente posible a través de la metodología científica; y ello solo puede ser logrado si se admite que estos campos del saber se ocupan, en dominios diferentes, con objetos, métodos y marcos teóricos diversos, de acercarse lo máximo posible a esa realidad.
Bibliografía consultada:
- Bourdieu, P. (2007). El sentido práctico. Siglo XXI. Estructuras, habitus, prácticas.
- Bourdieu, P; Chamboredon, J. C.; Passeron, J. C. (2002). El oficio de sociólogo. Siglo XXI Editores Argentina.
- Butler, J. (2018). El género en disputa. Paidós.
- Butler, J. (2004). Deshacer el género. Paidós.
- Weber, M. (2014). Economía y Sociedad. Fondo de Cultura Económica. Cap. I (pp. 5/18-23).
[1] Vínculos a las notas: https://www.infobae.com/sociedad/2024/04/14/leonardo-orlando-profesor-argentino-censurado-en-paris-por-no-plegarse-a-la-ideologia-de-genero-las-ciencias-sociales-hacen-como-si-la-biologia-no-existiera/
[2] “La vigilancia epistemológica se impone particularmente en el caso de las ciencias del hombre, en las que la separación entre la opinión común y el discurso científico es más imprecisa que en otros casos” (Bourdieu et. al, 2002, p. 27).
[3] La entrevista está en inglés, por lo que algunos fragmentos fueron traducidos a los fines de poder ofrecer un panorama completo del pensamiento del académico: https://www.hungarianconservative.com/articles/interview/gender-ideology_indoctrination_cancel-culture_biology_hungary_erasmus_interview/
[4] En este sentido, Judith Butler siguiendo a Foucault, comprende que hay modos de verdad que definen la inteligibilidad (en este caso, qué genero le corresponde “naturalmente” a cada sexo) imponiéndose dentro de las relaciones de poder. Esto es, que no forman parte de disposiciones naturales, pero que tiene como objeto aparentar serlo. El vacío, la incongruencia del planteo se deja al descubierto cuando existen personas cuyo género no coincide con las “normas de género culturalmente inteligibles mediante las cuales se definen a las personas” (Butler, 2018, p. 72).
[5] Bourdieu, 2007, p. 92.
[6] La entrevista puede consultarse en el siguiente vínculo. Revisar a partir del minuto 19:00, que es cuando plantea esta idea: https://www.youtube.com/watch?v=BHG9UPIaAKc&ab_channel=RevistaSe%C3%BAl
[7] En la misma entrevista, a partir del minuto 5:30, Orlando suscribe a la idea de que en la universidad, particularmente en carreras de las ciencias sociales o las humanidades, los contenidos que se aprenden son “dudosos”.